Terminó para el restaurante un etapa intensa, llena de emociones y nuevas oportunidades para dar paso a otra, si cabe, más importante: la prosperidad junto a los nuestros.
El comienzo de las grandes historias suelen nacer de los gestos más humanos. La resistencia a perecer forma parte de nuestros instintos inalienables, nos da razones para levantarnos ante una pandemia que nos ha dejado atrapados y nos guía en la supervivencia. La lucha es evolución y aprender a hacerlo juntos asegura el futuro. El progreso se abre camino en el número diez de la calle Julián Camarillo, al este de la capital madrileña, donde prospera este humilde restaurante con la perseverancia de sus empleados, la fidelidad de su clientes y la astuta batuta del lugarteniente, Jaime Rincón; que experimentó a principios de abril, algo inolvidable: la viva imagen del hambre personificada. La voz detrás del rostro que imploraba comida frente a su puerta, en un barrio, el de San Blas, azotado por el confinamiento. Los colegios estaban cerrados, los comedores sociales desabastecidos y entre ellos, buscando cómo alimentarse, familias desentendidas por los servicios sociales cuyos recursos han desaparecido. Cualquiera de nosotros, cualquiera con conciencia y sensibilidad, podría haber hecho algo, pero él puso todos los esfuerzos al servicio del necesitado. Las herramientas estaban sobre el terreno de juego.
Para cambiar el rumbo de los acontecimientos y lograr el cambio social al que aspiraba Jaime, la clave era una reforma ideológica. Todo debía ser reunificado de nuevo. El proceso pretendía implicar al mayor número de protagonistas posible porque los frentes de combate avanzaban y la lucha había de ser constante. Primero, la Asociación del barrio de San Blas sirvió como enlace de contacto para llevar a los niños de la zona los menús saludables; cuyos progenitores, aun cobrando la renta mínima, no podían aspirar a una comida decente ni periódica. Estaban las empleadas, Marilia y Sandra, incorporadas en mayo; apoyadas por Magdalena, Arturo, Ana, Miriam y Ruth, claves en el refuerzo. El resto de la plantilla de catorce miembros han sido ejemplares en la difusión y el objetivo es devolverles a primera línea ante su fiel apoyo. El plan consistía en repartir menús cocinados en el restaurante, financiados mediante donaciones para invitar al ciudadano a participar en la causa. Los proveedores han trabajado más que nunca gracias al excelente papel de los medios de comunicación en la difusión. Ingredientes clave para asegurar el éxito absoluto. Y así ha sido, el restaurante ha creado vida y movimiento.
La estrategia tomaba velocidad desde la aparición de la televisión, cuya cobertura de los acontecimientos trajo la promesa cumplida de aumentar de veinticinco a cincuenta menús diarios. Hoy ya son setenta y cinco. Los ingresos se multiplicaron demostrando que los líderes hieráticos como Jaime también lloran ante muestras de generosidad y cariño. El altruismo se notaba en las palabras de los viandantes, en cada duda respondida, en las llamadas ordenando comida o marchando un encargo.
La fase final parece ahora más cerca que nunca y el sonido frenético de platos y cubiertos desparramándose por doquier pretende hacerse protagonista de nuevo. Los tiempos de cambio han llegado para quedarse, aunque todo parezca como antes, pero mejor. Cuando todo indicaba que el invierno se alargaría hasta verano por la sombra de muerte que nos ha traído el coronavirus, un restaurante apostó por ayudar. Y hoy en día prosiguen su labor asumiendo con humildad que no son perfectos, pensando en cómo prosperar junto a sus vecinos y obstinados en perseverar. Ellos no se sienten ejemplo de nada, este humilde escritor cree que sí lo son.